A las 7.15 llegamos a la estación, medio mareados y con bastante frío. Decidimos ir andando al hotel, que está a pocas cuadras y llegamos enseguida. La chica nos da la habitación y nos vamos a dar una vuelta por San Cristóbal de las Casas. Desayunamos chocolate con churros y contratamos las excursiones para tres días por 1.400 pesos (San Juan Chamula y Zinacantán para hoy, el Cañón del Sumidero para mañana y Misol Ha, Agua Azul y Palenque para el lunes). Así nos ahorramos el bus a Palenque y, además, el taxi, porque el guía nos dejará en el hotel, eso dicen al menos en la agencia Trotamundos.
Sacamos dinero en una sucursal del Banco Santander (5.000 pesos, unos 290 euros) para pagar las excursiones y tirar hasta Mérida. Pagamos y decidimos comer en un restaurante que está en frente y que se llama El Argentino. Para primero comemos un queso tostado y después yo un asado en tiras y ella una arrachera. Estaban buenísimas, hace tiempo que no comíamos una carne tan buena, ni en España (510 pesos, 31 euros).
En el primero el guía nos explica que los conquistadores religiosos españoles dividieron a los indígenas de la zona en siete etnias o grupos, una por cada una de las siete comunidades religiosas. A cada una le pusieron una vestimenta y en Zinacantán llevaban flores bordadas en la ropa en el caso de las mujeres. Nos enseñan cómo trabajan con un telar, nos dan a probar tres licores (uno blanco muy fuerte) y nos enseñan su cocina, cómo hacen tortas.... Luego nos damos una vuelta por el pueblo y los niños indígenas nos piden dinero por fotografiarnos con ellos (unos muy majos, pero otros con caras de poco gusto, como diciendo, “Dame para merendar”).
De allí nos llevan a San Juan Chamula. Un grupo de niñas se acerca y nos empiezan a regalar pulseras diciendo que son nuestras amigas. Eso después de decirnos a ver cómo nos llamábamos. Claro que luego nos esperaban, pero tenían su gracia, todo lo contrario que las de San Cristóbal.
Entramos a la iglesia y es una pasada, totalmente surrealista. No hay bancos para sentarse, sólo hojas de pino por todo el suelo y cientos de velas encendidas. También hay decenas de santos repartidos por toda la estancia y metidos dentro de urnas de cristal. La gente se reúne en grupos para rezar y pedir que desaparezcan sus enfermedades, ya que allí no van al médico.
Llevan botellas de coca-cola y echan gotas, tipo botafumeiro, como símbolo de ofrenda; según nos dijeron, como sustituto del licor de maíz negro que hacían antes. Nos comentan que siguen el calendario azteca (18 meses de 20 días y otros cinco días que son el norte, el sur, el este y el oeste, además del centro del universo). Para ellos el año cambia en febrero o marzo, aproximadamente cuando nuestra Semana Santa. Llama la atención que todas las figuras de santos portan un pequeño espejo; así, cuando les rezan se ven reflejados y parece que su espíritu entra en comunión. Nos dicen que echan pino en el suelo porque durante la conquista a los indígenas no se les dejaba entrar a los templos, se les evangelizaba fuera, y se sentaban en la hierba. También comentan que cuando llegaron los españoles, los indígenas introdujeron pequeñas figuras de sus dioses dentro de las figuras cristianas para que pareciese que rezaban a las católicas, y no a sus deidades... (¡Qué ingeniosos!)
Es curioso que dentro de la iglesia sacrifican pollos y gallinas según la gravedad de la enfermedad que tengan ellos o sus familiares. Muchos en estos poblados son polígamos imitando lo que hacían los españoles para poblar su tierra con sangre hispana: mantener relaciones con todas las mujeres que puedan. Y los que no cumplen las normas de la comunidad son expulsados a otros pueblos.
Lamentablemente no nos dejan hacer fotos dentro de la iglesia porque creen que les una falta de respeto (te pueden quitar la cámara e incluso, pegarte). Cuando nos marchamos está cayendo una buena tormenta, y nos llama la atención que entre tanta pobreza haya carteles de Coca-cola o de Pepsi por todos los sitios. Es algo increíble. Parece que las idolatran.
Regresamos a la plaza principal, 31 de marzo, en San Cristóbal. Nos tomamos otro café en un bar de la plaza, el Bar Cocodrilo (tienen un disecado colgado allí que es impresionante) y nos vamos de regreso al hotel sobre las 19.30. La noche anterior, toda en el autobús, había sido muy dura, y a las 8.00 toca diana para seguir recorriendo el que es el estado más bonito y auténtico de México, el estado de Chiapas, conocido mundialmente por otras cosas, como el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (el EZLN del subcomandante Marcos). Eso pasó hace quince años y hoy día esta ciudad es un auténtico remanso de paz.
DÍA 13. SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS. 6 DE SEPTIEMBRE
Para las 7.50 ya estamos en pie para coger la excursión al Cañón del Sumidero. Eso sí, para las 21.00 el día anterior una que yo me sé estaba sopa y yo también a las 22.30, después de ver el partido de clasificación para el Mundial: Costa Rica 0-México 3.
Desayunamos en el restaurante de un hotel de la calle Real de Guadalupe y cogemos la excursión al Cañón del Sumidero (400 pesos). Nos toca el mismo guía que el día anterior, un poco estiradillo, y vamos 14 personas, entre ellos varios españoles.
Por la carretera hay mucha niebla y en 45 minutos llegamos al embarcadero, situado junto a Chiapa del Corzo. Nos ponemos los chalecos salvavidas y nos montamos todos en una lancha con un piloto. El agua está muy sucia pero las vistas son espectaculares. En algunos tramos las montañas tienen hasta mil metros de altura y el río, el Grijalva, hasta 85 metros de profundidad.
Vemos varios grupos de cocodrilos, el famoso árbol de Navidad, una cueva con una virgen… Son 35 kilómetros de trayecto y al llegar a la presa se acerca una embarcación con refrescos. Damos la vuelta, y sin parar tomamos rumbo para casa, eso sí, sorteando la mucha mierda que vierten al río algunas comunidades cercanas. Cuando se detiene la lancha, ya sin viento, nos damos cuenta de que el sol calienta bastante.
En dos horas terminamos la aventura y nos llevan en la furgoneta a ver Chiapa del Corzo, que está a unos diez minutos. Tenemos una hora para ver la ciudad, pero no hay mucho que ver tampoco; lo mejor, sin duda, la fuente mudéjar de la plaza.
Volvemos a San Cristóbal y vamos a comer a Xocolat (calle Miguel Hidalgo), donde ya habíamos desayunado bastante a gusto el día anterior. Tomamos una pizza y unos nachos, que llevan frijoles (craso error) y no nos los terminamos (250 pesos). Después aprovechamos la tarde para ver la ciudad, ya que es nuestro último día aquí: pasamos por la plaza 31 de marzo, vemos la catedral, el templo de Santo Domingo, el mercadillo que hay al lado y subimos al cerro de San Cristóbal (280 escaleras), que está cerca de nuestro hotel, Jardines del Carmen, y que ofrece una buena panorámica de la ciudad.
Se pone a llover y volvemos al hotel. Después, a las 20.00 horas, salimos a cenar por San Cristóbal. Cenamos en un bar con consignas zapatistas que se llama Tierra Adentro. Yo tomo chorizo a la diabla (la comida mexicana pica, pero no tanto, al menos para mí, que me encanta), y un chocoflán; mi chica quesadillas de jamón y queso. Nos dan un refresco de naranja hecho con agua de manantial y llamado Peñafiel, ya que allá no hay ni Kas ni Fanta. No sirven tampoco Coca-cola porque afirman que es una marca que explota los recursos naturales (manantiales) y ellos, de alguna forma, le boicotean en su local.
Nos vamos pronto a la cama, que al día siguiente salimos a las 6.00 de la mañana rumbo a Palenque, una ciudad pequeña del mismo estado, Chiapas. ¡Qué ganas!
DÍA 14. SAN CRISTÓBAL-PALENQUE. 7 DE SEPTIEMBRE
Nos levantamos a las 5.10 para ir a la excursión (300 pesos cada uno), pero hasta las 6.20 no llega la furgoneta, que va hasta arriba de gente y de maletas. Van cuatro guiris, un matrimonio mexicano de Baja California, un chico de Sinaloa, algún español más como una chica de Logroño que estaba en Guatemala de viaje… Yo voy bastante apretado en la van y al parar a desayunar en Ocosingo (8.15 horas) le cambio de sitio a mi chica. Es buffet libre (140 pesos), pero la comida está orientada a guiris (esto es de lo más turístico de México). En total tardamos tres horas y media en llegar hasta Agua Azul, que tiene una cascadas chulísimas pero donde el agua está marrón por las lluvias. Compramos un colorido portafotos por 100 pesos y unos 50 minutos después llegamos a Misol Ha. Es sólo una cascada, pero es absolutamente espectacular (la de la foto). Sólo nos dan media hora para verla, pero nos metemos por detrás, por la roca, y nos calamos de agua por la presión con la que baja, ya que salpica muchísimo.
Hay que decir que el viaje en furgoneta por Chiapas de par de mañana ha sido impresionante, con niebla, unas montañas muy bellas, gente sentada a los lados de la carretera todo el rato y vendiendo cualquier cosa… Lo malo es que las comunidades ponen guardias dormidos (cemento en la carretera) cada pocos metros y como hay que ir muy despacio se tarda mucho en llegar.
Media hora después (13.50) llegamos por fin a Palenque (51 pesos ya pagados por la agencia). La humedad que hay aquí es terrible. Entre todos los de habla hispana contratamos a un guía, que se llama Nilo (50 pesos cada uno), y merece la pena. Nilo nos mete por la selva cercana y vemos algunos de los 1.482 templos que hay enterrados todavía en Palenque. Dice que no los excavan porque sería carísimo para el Gobierno, pero seguramente habrá grandes tesoros arquitectónicos entre la maleza. El guía nos cuenta la leyenda de la reina roja y vemos dónde la enterraron, la tumba del famoso rey Pakal, que se casó con su hermana, cómo tenían baños de hombres y de mujeres, sistemas para bombear el agua, camas... También nos dicen que la tumba de Pakal se hizo primero y después, sobre ella, el edificio. Las vistas son espectaculares y, lo mejor, el ensordecedor ruido de los monos a lo lejos anunciando que viene lluvia. Gruñen casi como leones y no te dicen lo que es te empiezas a acongojar un poco...
Nos cuentan también la historia de la inscripción de la tumba de Pakal y la teoría del astronauta que se ha hecho sobre la tumba, vemos otros templos, el juego de pelota, etc. Es una sensación increíble la de haber pisado las ruinas de Palenque, un enclave del que tantas veces había oído hablar y leído cosas, y que tenía muchas ganas de visitar.
De regreso, el guía nos deja en la estación de bus de Palenque. Es pequeñísima y aprovechamos para comprar los billetes del día siguiente a Campeche (242 pesos cada uno). Cogemos un taxi al hotel (25 pesos) y salimos a comer algo, que desde el desayuno estábamos sin comer nada, no apetecía con tanta humedad.
Merendamos en el bar Trotamundos, al lado de la estación y a diez minutos andando del hotel. Yo como tacos de pollo, y mi novia una hamburguesa y fanta de fresa. De postre tomamos los dos ensalada de frutas. La atención es para cogerla con alfileres, pero la comida está muy rica.
De regreso al hotel, mandamos mails a casa y nos vamos a dormir tras la ducha. El hotel (Tulija Express, 45 euros por noche) está guay, con piscina y todo, aire acondicionado, habitación muy grande, moderna y limpia…, pero sin secador. Ninguno de los cinco hoteles en los que hemos estado hasta ahora tenía secador. Detalle importante, sobre todo para ellas.
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