DÍA 1. CASA-LONDRES. 25 DE AGOSTO DE 2009
Después de casi seis meses de espera, por fin ha llegado el momento de hacer las maletas para cruzar el charco por primera vez. En los últimos años he viajado mucho, pero salvo Túnez (África), siempre había sido por Europa (Italia, Francia, Noruega, Rumanía, Grecia, Croacia, Rusia, Alemania...) y ahora toca conocer el Nuevo Mundo al que aludieron los conquistadores.
Salimos a las 11.00 de casa en la furgoneta del amigo Pérez. Llueve por el camino, como casi siempre que me ha tocado ir hacia Bilbao. A las 13.00 horas llegamos por fin al aeropuerto de Loiu y allí hay un atasco de mil demonios porque está el autobús del Athletic descargando el material para un vuelo europeo. Algo nerviosos por la aventura que íbamos a emprender, facturamos en media hora, pasamos los controles policiales y vamos a comer dos bocatas, uno de jamón y otro vegetal, para más señas. A las 14.20 empezamos a embarcar y a las 14.55 arranca el avión.
Yo me echo media hora de siesta a pesar de que hay muchas turbulencias en el vuelo y de que es difícil hablar con Morfeo. Llegamos a Heathrow, Londres, puntuales, a las 15.40, ya que es una hora menos que en España. Allí pasamos un largo control de pasaportes y vamos casi corriendo a recoger las maletas, no vaya a ser que las perdamos y la liemos parda para las primeras de cambio. Salimos tras un ratillo deambulando por el aeropuerto y lo primero fue echar un cigarro como símbolo de "todo ha ido bien".
Mientras fumo vemos taxis, preguntamos, y una chica nos manda al primero de la fila mientras se apunta en un folio el destino y otros datos de nuestro desplazamiento. El taxista, de raza negra, no sabe bien dónde está el Easy Hotel (25 libras la noche), aunque enseguida se entera. Eso sí, nos cierra con pestillo las puertas del taxi. No es un taxi negro de los típicos, sino una especie de furgoneta con cabina (decepción) y él puede escucharnos, al menos así traduzco el letrero que tiene puesto (¿Nos considerará peligrosos?). Tras 2,8 kilómetros llegamos al hotel, que parece la casa de Pin y Pon (sólo construida la planta baja), y nos dice que 11 libras la carrera (nos cobra 10 porque no tiene cambio. ¡Qué generoso!).
En el hotel la chica de recepción no se hace entender. Mejor dicho, no quiere, bastante tiene con saborear el chicle. Le pedimos, por favor, que nos reserve un taxi para el día siguiente a las 4.30 de la madrugada y tras cruzar tres angostos y laberínticos pasillos, al llegar a la habitación, sorpresa. Tiene apenas nueve metros cuadrados incluido un mini-mini-mini baño. Vamos, es la mitad que el camarote básico de un crucero. "Je, je", pienso, "ahora entiendo lo del precio".

Decidimos dar una vuelta por los alrededores para comer algo y encontramos, cómo no, un Mc Donald's (más vale malo conocido...). Comemos por ocho libras dos simples hamburguesas y seguimos andando. Nos sorprende la arquitectura de las casas, -todas iguales-, que los coches conduzcan al revés, que haya autobuses de dos pisos rojos como en las películas… Para eso es Londres, digo yo. Llegamos al hotel a las 19.00 horas, aproximadamente, y no tenemos ganas más que de dormir (tampoco hay tele en la habitación). Nos apañamos como podemos para ducharnos (con mi 1,89 se me hace complicado hasta girarme en el baño), y a la cama. Mañana será un día mejor.
DÍA 2. LONDRES-PARÍS-MÉXICO DF. 26 DE AGOSTO
El peor día de la aventura por el palizón del viaje iba a ser éste segundo. Y es que, no empezó del todo bien, al menos así le llamo yo a levantarse a las 4.00 de la madrugada. Nos espera un taxi puntual a la entrada y enseguida estamos en la Terminal 2 de Heathrow. Vemos los mostradores de
Air France y, haciéndonos los guays, vamos a hacer el check-in con un máquina, pero no se puede, nos dan error los billetes. Viene un hombre de la compañía y nos dice que, como todos los plebeyos, tenemos que ir al mostrador. Checamos, tomamos un café machiato (muy malo y 4 libras los dos) y a volar a las 8.00, aproximadamente.
El vuelo a París está bien (se me había olvidado comentaros que en el precio se incluía esta escala), ya que nos dan de desayunar y llegamos en poco más de una hora al destino. Tres horas de escala más en el aeropuerto
Charles de Gaulle (viendo tiendas y jugando a la Play 3 que hay por los pasillos) y, ya cansados, embarcamos rumbo a México, por fin, a las 12.50 horas.

El avión es gigante, tiene diez asientos por fila, y nos toca por la parte de atrás, a la izquierda, pudiendo estirar las piernas en el pasillo. Nada más arrancar nos dan de todo: almohada, manta, auriculares, antifaz, aperitivos si quieres…y dos veces de comer durante el vuelo, aunque es malísima, como todas.
Vemos un montón de películas y miramos el mapa del vuelo en tiempo real todo el rato, pero en el asiento no hay forma de coger postura. Duermo hora y media, o así, pero son más de once horas de trayecto, así que hay que armarse de paciencia. Me parece curioso, y un poco estúpido, que en vez de ir a México en línea recta demos un rodeo por Islandia para bajar luego a través de Canadá y Estados Unidos. Claro que por algo será, igual se ahorran el peaje...jeje
Por fin llegamos a
DF y son las 6 de la tarde (siete horas menos que en España). Por la ventanilla se ve que aquello es gigante. El aterrizaje es un poco brusco, pero bueno, compensa el tocar tierra. En el avión rellenamos una tarjeta migratoria, algo de declaración de aduana y al llegar nos dan otro papel con información sobre los peligros de la Gripe A (allí le llaman
influenza). Vamos pasando controles (los controladores, es curioso, van todos en sillas de ruedas), nos sellan la tarjeta migratoria y nos pasan las maletas por un escáner. Como los guardias están despistados intento pasar sin tocar el famoso semáforo de entrada (verde o rojo), pero me dicen. "¿Ya tocó el semáforo, señor?" Yo me hago el despistado, le doy al botón y afortunadamente sale verde. A los dos. Menos mal, porque si no te abren la maleta y te la miran de arriba abajo.

Salimos y entre un montón de gente veo a una de las dos personas que nos van a recoger en el aeropuerto y que nos hicieron sentirnos como en casa. Se llama José, oriundo de aquí, pero residente en México desde hace muchos años. Además, es el padre de una compañera de trabajo que se prestó gustosa a hacernos un poco (un mucho) más fácil la estancia allí.
Él andaba despistado y yo sólo lo había visto una vez en la vida y dos minutos, pero intuí que era él. Nos da un gran abrazo. Enseguida llega su hijo y los cuatro nos vamos a tomar algo a un bar que hay al lado. Salimos a hablar fuera (y a fumar, dentro tampoco se puede), y me preguntan a ver qué nos gustaría ver con un enraizado acento mexicano. Además, nos dicen que están las 24 horas al día a nuestra disposición para hacer lo que queramos. Increíble.
Salimos, nos montamos en el coche, que estaba en el parking, y empezamos a ver que, efectivamente, el tráfico en el DF es un auténtico caos: gente en bici en medio de la carretera, mil semáforos, desvíos para todos los sitios… conducir es un temeridad, pero nos cuentan que allí prácticamente regalan el carné de conducir. En el examen coges un coche, le das una vuelta a la manzana y ya está. Nada de teoría.
Por el camino al hotel nos van explicando todo (pasamos por el barrio de las prostitutas, Paseo Reforma, el Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución…) Tardamos como una hora en encontrar el hotel y la gente superamable nada más bajar. Todo el mundo está por la calle, vemos un grupo de indígenas de Yucatán, hombres con gorro de cowboy… Pago la estancia,
Hotel Corinto, de los cinco días (2.400 pesos, 145 euros) y nos vamos a la habitación a deshacer las maletas. Bajamos a cenar algo al restaurante aunque enseguida se nos cierran los ojos. Estamos muertos. Fumando un cigarrillo en la puerta entablo conversación con un empleado del hotel muy simpático. A las 22.30 (5.30 en España), es decir, 24 horas después de haber salido de Londres, nos vamos a dormir ya que mañana empieza el auténtico viaje y hemos quedado con Iñaki a las 9.30.
DÍA 3. MÉXICO DF. 27 DE AGOSTO
Para las 6.15 de la mañana no puedo parar en la cama por las ganas de conocer todo. Nos duchamos (no hay ni gel, ni secador), escribimos a casa por Internet para avisar de que todo ha ido bien, desayunamos (112 pesos los dos) y nos sentamos a esperar a nuestro superguía, que llega 15 minutos tarde (con el tráfico, no me extraña, allí es imposible calcular por tiempo, sólo por kilómetros). Nos lleva en coche por Reforma, vemos el Ángel y aparcamos junto al
Palacio de Bellas Artes, que tiene una fachada chulísima. Entramos (35 pesos, más 30 por hacer fotos) y vemos murales espectaculares que relatan la historia de México (Rufino Tamayo y Diego Rivera, entre otros). Hay una gran exposición también de Tamara de Tempika. Yo no sé quién es, la pintura no es mi fuerte...
Después vamos andando hasta el
zócalo. Hay mucha gente por la calle, mucho tráfico, decenas de joyerías con soldados con las armas custodiando… y llegamos a la plaza, que es gigante. Primero vemos el
Templo Mayor (50 pesos), antigua Tenochtitlán, sus restos y el museo. Merece la pena porque son piezas de gran valor. Salimos, vemos el ambientazo en el zócalo, nos invitan a unos tacos de canasta (chile y papas) en un puesto callejero... Damos una vuelta por la catedral metropolitana, que es enorme también y vemos que se está celebrando una misa.

A la salida vemos que están preparando todo al detalle para el 15 de septiembre, su Día de la Independencia. De hecho, vemos hasta un reloj que marca la cuenta atrás para el 15 de septiembre de 2010, el bicentenario. Hay banderas mexicanas, un águila con la serpiente en la boca, una cara de Benito Juárez… De regreso al coche tomamos una cerveza marca Indio. Muy buena estaba, suave pero rica.
Cogemos el coche para ir a buscar a la novia del hermano de mi compañera de trabajo que estaba en la universidad
UNAM dando un cursillo. Más de una hora de viaje para siete u ocho kilómetros. Volvemos por la misma calle de antes y el tráfico es insoportable en Insurgentes. Le recogemos y vamos a comer, por casualidad, a una cantina preciosa que se llama
La Guadalupana. Comemos auténtica comida mexicana (yo chiles en nogada y mi novia quesadillas). Y empezamos a tomar cubas de ron. Para ser Bacardi blanco están bastante buenos (jeje). Contratamos a un cuarteto que hay en la mesa de al lado y nos cantan varias canciones, como El Mariachi Loco, México Lindo o El Rey. Nos hacen la velada muy agradable. Salimos como a las 8.00 de la tarde de la cantina, en la que se levanta el techo para airear, y nos vamos para la
Zona Rosa a seguir bebiendo cubas.
Allí, al aparcar, el aparcacoches no dice si llevamos joyas o armas, y nosotros flipados. Va en serio. Nos dicen que estemos tranquilos, que los tiros "van siempre dirigidos". Bueno, se le escapa que de vez en cuando "alguno se desvía". Es curioso lo asumido que tienen allí el tema de las armas. Nos sentamos en el restaurante Freedom con una botella de ron y a última hora pedimos unos nachos (cojonudos) y unas costillas a la BBQ. A las 23.30, bastante contentillos, nos llevan para el hotel. Lo hemos pasado genial.

Un apunte. Cuando viajo suelo fijarme mucho en los precios que tienen los objetos de más consumo. Un litro de gasolina allí en México cuesta 7 pesos (menos de 0,50 céntimos de euro). Un paquete de Lucky Strike, 28 (1,5 euros, cuando aquí vale el doble). Sin duda, grandes diferencias entre dos mundos contrarios.
DÍA 4. MÉXICO DF. 28 DE AGOSTO
Hoy nuestro amigo nos ha dado fiesta por trabajo, así que decidimos desayunar, escribir un e-mail y buscar el autobús turístico, el
Turibús. Tras preguntar dónde se coge, encontramos la parada en la puerta del viejo frontón de pelota de México, junto al Monumento a la Revolución y a pocos metros del hotel.
El problema es que esperamos durante hora y media y con incertidumbre por la gente extraña que pasa por alrededor. Vemos a un hombre que lleva una pistola debajo de la camiseta. Se le notaba porque la llevaba muy ceñida. Luego nos dijeron que seguramente sería un federal de paisano.

Cuando ya nos vamos aparece el bendito Turibús (125 pesos por persona) y hacemos un recorrido de más de tres horas por la ciudad. Eso sí, los auriculares no funcionan demasiado bien y el sol en el segundo piso calienta bastante. A las 16.00, ya cansados, llegamos al hotel y nos vamos a comer. Yo una hamburguesa, y mi novia un sándwich de jamón y queso, y una ensalada de pollo (220 pesos, 11 euros).
Nos echamos la siesta y a la tarde íbamos a quedar con nuestro amigo, pero no puede. Nos echamos unas cervezas en el bar del hotel, hablamos un buen rato con el camarero, Ismael, que nos invita a probar flor de jamaica (bebida roja y no muy buena de sabor) y con Odín, otro empleado. Decidimos cenar, yo filete con patatas y ella tacos de pollo, además de dos banana split (todo 340 pesos). Pronto nos vamos a dormir, que mañana queremos ir a Xochimilco a navegar un poco en trajinera.
DÍA 5. MÉXICO DF-XOCHIMILCO. 29 DE AGOSTO
Nos levantamos tarde para lo que acostumbrábamos (9.10), nos preparamos y a desayunar. Hoy más suave, yo chocomilk y ella café con leche y tres hotcakes, tortas calientes con mantequilla y miel, (buenísimas, 110 pesos). Como no funciona Internet en el hotel (40 pesos media hora), un empleado nos recomienda ir a una tiendilla cercana donde es mucho más barato (5 pesos media hora), aunque mucho más cutre el local. Nos montamos en el coche y nos vamos para
Xochimilco.
Es una hora de viaje, aparcamos y compramos la comida en un mercadillo auténtico y lleno de colorido y cosas raras para nosotros. Yo pruebo carnitas y costillas, gambas enanas y hasta chapulines, que son escarabajos fritos (están buenos, crujientes y pican). También pruebo el pulque en un puesto callejero (8 pesos), aunque tampoco es nada del otro mundo. Huele a sidra pero parece sorbete de limón.
En el embarcadero (hay un montón de ellos) alquilamos una trajinera (barca) para los cinco que vamos (360 pesos más cinco de propina) y allí nos preparamos los tacos y todo el avituallamiento. Nos echamos unas cervecitas y también un par de bacardis con cola. Unos mariachis ponen su barca al lado y les contratamos para que nos canten varias canciones (Serenata Huasteca, Guadalajara…). Navegamos por todo el canal principal durante un buen rato.

Es muy bonito, la pena que llueve. Hay gente haciendo celebraciones familiares en una trajinera, fiestas de estudiantes con todos hasta arriba de alcohol, te venden comida en barcas, puedes apearte al baño… Parece, de alguna forma, Venecia y hay invernaderos de flores por todos los sitios. También vemos muñecos colgados de algunos árboles que imitan un lugar que hay por ahí cerca.
Volvemos a casa y, tras un ratillo, vamos a ver cómo baten el récord Guiness de asistencia a un homenaje a
Michael Jackson en el Monumento a la Revolución. Está todo lleno de gente, imitadores, zombies, una pasada de fiestecilla (creo que dijeron 50.000 personas y por megafonía no hacían más que anunciar que se habían perdido niños). De vuelta al hotel, y antes de salir, Ismael me invita a un Tequila. La verdad es que el trato es genial. El tequila es algo más suave que en España, pero sigue sabiendo a rayos.
A las 21.30 vienen a buscarnos nuestro amigo y su chica y nos llevan a cenar a la
zona de Satélite (Papa Bill’s), pero por el camino nos dan a probar Paloma (un refresco de tequila con limón, de 5 grados, que no está nada malo).
Allí quedamos con otra pareja de amigos de ellos. Cenamos costillas a la barbacoa en una cantina moderna y chula, nos hacen una demostración de cómo se elabora el aguacate... Lo malo es que apenas se oye nada por el jolgorio. Después de cenar jugamos a la Jenga (poner maderas de tres en tres unas encima de otras) y al que se le cae, bebe. Nos dan las 4.00 de la madrugada para cuando llegamos al hotel ya muy cansados. El cambio horario aún nos está afectando.
DÍA 6. MÉXICO DF-TEOTIHUACAN. 30 DE AGOSTO
Parece que nos hemos hecho al horario, ya que nos levantamos a las 10.00 y porque suena el despertador. Mi novia se levanta pochilla y desayunamos un poco (yo café y pan con mantequilla y cereales y ella melón con naranja, todo por 70 pesos). Llamo a mi abuela, que cumple los años, pero no coge. Vienen a buscarnos al hotel nuestro amigo y su familia y nos vamos a buscar a su padre y a otros amigos, Roberto y su hijo.
Nos dirigimos tras un rato a las impresionantes pirámides de
Teotihuacan. Roberto, al que acabamos de conocer, nos paga las dos entradas, 102 pesos, ya que por entrar sólo pagan los extranjeros, no los mexicanos. José nos regala dos figuras de dioses hechas en jade muy chulas y nos vamos para adentro del recinto. Primero vemos el altillo donde los sacerdotes hablaban y donde se oye un eco que es una pasada, las palmadas rebotan por todas las paredes al estar en un sitio estratégico.
Después nos vamos desperdigando y nos quedamos los dos solos para subir a las
pirámides de La Luna y el Sol. Cansa un poco subir, pero las vistas son espectaculares. Una de las cosas que no te puedes perder del país.

Cuando terminamos, tras la típica charla de todos los vendedores de souvenirs, vamos a comer a un restaurante impresionante que se llama La Gruta y que está dentro del recinto. Me tomo un tequila doble y sangrita con José y viene un trío de señores a cantarnos lo menos diez canciones. Allí comemos todos y puedo probar los escamoles, huevos de hormiga, que se pide Roberto para que probemos. Son caros y debe ser como un manjar. Yo pido carne a la tampiqueña, una especie de plato combinado muy bueno.
Vemos un show de bailes típicos y danzas prehispánicas, y nos volvemos a casa después de despedirnos de la gente, aunque tardamos como hora y media en llegar al hotel.

Roberto nos deja en el hotel, nos despedimos y quedamos en vernos algún día en el futuro, ya que mañana partimos para Puebla. Sin cenar, ya cansados, nos vamos a la cama. Mañana dejamos el DF sin ir al fútbol ni a la lucha libre, ni a Chapultepec ni tampoco a la Virgen de Guadalupe, pero con la sensación de haber disfrutado mucho, de haber conocido las costumbres de los mexicanos (muy distinta) y a gente que es excepcional y afable. Sin duda, se necesita una semana para ver al detalle toda la ciudad, que tiene algo así como 21 millones de personas, como media España.