DÍA 9. 25 DE SEPTIEMBRE. DE IGUAZÚ A BUENOS AIRES
A las 7 de la mañana ha sonado el despertador, es la hora de moverse para tomar el avión hacia la capital de Argentina, Buenos Aires, donde viven, incluida la periferia, la mitad de los 40 millones de habitantes que tiene el país. Sin saberlo de par de mañana, nos esperaba por delante un día lleno de emociones y que hemos concluido extasiados.
Tras desayunar en el Hotel Yretá, a las 8.00 hemos pagado las habitaciones, aunque había un problema con el lector de tarjetas de crédito y hemos tenido que ir primero al cajero. Sergio, el taxista que nos llevó el otro día hasta Brasil, se encarga también de trasladarnos hasta el aeropuerto por cien pesos mientras nos cuenta una y mil anécdotas, como la tradición de celebrar todos los domingos un asado con la familia o las dos veces en las que, con el coche, se ha topado con pumas por la carretera.
Cada habitación tendrá unos 40 metros cuadrados, con una cama de matrimonio de dos metros de ancha, un sofá cama, frigorífico, microondas... y en la novena planta tenemos un pequeño gimnasio, jacuzzi y piscina climatizada, todo por 55 euros la noche para dos personas incluido el desayuno. De normal vale 500 euros la noche, pero pillamos una buena oferta y la verdad es que el lugar merece muchísimo la pena.
Estamos muy céntricos, a 50 metros de la Avenida 9 de julio, la más ancha del mundo, cerca del obelisco y del Congreso, pero antes de hacer turismo queremos comer, y nos movemos apenas 50 metros del hotel para llegar a La Vínería de Monserrat. Comemos muy bien, pero el servicio es lento y muchas de las cosas que pedimos no las tienen (445 pesos). De allá nos dirigimos hacia la feria dominical de antigüedades que hay en el cercano barrio de San Telmo. Es enorme y colorida, pero lo que se vende tampoco llama mucho la atención.
Además, tenemos prisa, porque esta tarde, a las 18.10 horas queremos ir al fútbol. Se juega un interesante partido en la propia ciudad entre el colista, Argentinos Júniors, y el líder, Boca Júniors. Primero preguntamos en el hotel por las entradas y nos dicen que hay una empresa de tours que tiene uno para esto, pero que cuesta 400 euros la entrada con el traslado. Le decimos que es muy caro, porque hay entradas (ya lo sabemos) desde 60 pesos, y nos dice que vayamos al campo y lo intentamos.
Con el tiempo justo, una media hora, cogemos un taxi hacia la calle Gavilán, junto al barrio de La Paternal, donde está el pequeño estadio de Argentinos (24.000 espectadores). Son más de diez kilómetros por delante, pero vamos en el coche de Vettel y en quince minutos estamos allá. Nuestro taxista parece recién sacado del rally Dakar, porque conduce como en los videojuegos, cambiando de carril casi sin mirar, y cuando no tiene sitio se inventa otro carril entre los que hay. Vamos los cuatro con los huevos de corbata, y cuando llegamos damos las gracias a Dios.
Nos cobra 40 pesos (7 euros) pero nos deja a tres cuadras del campo, el Diego Armando Maradona (aquí empezó El Pelusa) porque están cortadas las calles. Nosotros, como fuésemos por el barrio, empezamos a andar y nos juntamos sin quererlo con las barras bravas de Boca Júnior, que empiezan a ofrecernos entradas de reventa y a gritarnos lindezas. Nosotros, un poco acojonados, decimos que no, que ya tenemos entradas, y seguimos andando. Para más inri, Sergio y yo vamos de rojo, el color del rival de esta tarde y desde los autobuses donde están los hinchas nos grita algún que otro improperio.
Intentando evitar como podemos a los aficionados de Boca, llegamos a un control policial en el que nos cachean a todos, y a mí me quitan el mechero porque es un arma supuestamente arrojadiza. ¿Y ahora cómo me enciendo el cigarro, con la oreja? Antes de pasar el segundo control, rodeados todavía de aficionados y mientras nos siguen queriendo vender entradas (muchas son falsas y no nos fiamos), nos entra un poco la cordura y decidimos meternos por una calle para salir por el otro lado del estadio, ya que queremos ponerlos en las plateas, las tribunas donde van los hinchas normales, no los radicales.
Llegamos a la taquilla y aún quedaba alguna que otra entrada, más vale porque ya nos veíamos volviendo al hotel con las manos vacías. Hay de 100 pesos y de 120, así que cogemos las caras y nos vamos para adentro mientras resuena el campo con el grito de las hinchadas. Conforme entramos, pillamos unos de los pocos sitios que quedan y allí nos quedamos, con los calmados aficionados de Argentinos.
El campo es chiquito, pero impresiona ver a la afición local en uno de los fondos y enfrente, a toda la de Boca, que no para de animar con un montón de pancartas para intimidad al rival, como una que decía "Nunca hacemos amistades". El partido en sí resuelta aburrido, mucho juego físico pero poca calidad, aunque merece ganar el colista, que falla un par de ocasiones increíbles. El encuentro termina con 0-0, pero lo vivido en cuanto al ambiente y los gritos y cánticos de los aficionados no se nos olvidará en la vida. Había momentos en los que, al menos a mí, se me ha puesto la piel de gallina, creo que incluso me he emocionado, ya que era algo que quería vivir alguna vez en la vida.
La gente soltaba todo tipo de improperios, al árbitro y al rival, como el tradicional "me cago en la concha de tu madre", el novedoso "culorroto" o el "hijo de la reputa". Un show. Lástima que sólo hemos podido hacer fotos y algún vídeo con uno de los móviles, ya que nos habían aconsejado no llevar cámaras, ni teléfonos buenos ni dinero. También que tuviésemos cuidado, porque hay veces que los aficionados de arriba mean (sí, mean) a los que están debajo.Lander por si acaso se había llevado el chubasquero...jeje
Cinco minutos antes de que acabe intentamos salir del campo, pero la policía (abajo en la foto sale un vehículo antidisturbios) nos lo impide, ya que primero van a desalojar a toda la hinchada de Boca, la van a escoltar hasta su barrio (La Boca se llama) y media hora después dejarán salir a los aficionados locales, entre los que nos encontramos. Es raro, pero dicen que es la única forma de evitar que haya enganchadas entre las dos aficiones.
Después de casi 40 minutos y en medio de un gran cordón policial, salimos, pero nos cuesta horrores coger un taxi, y son 11 kilómetros hasta el hotel. Un hombre nos dice que no quieren parar porque se piensan que somos hinchas de Argentinos (¿será por ir de rojo?). Tras un buen rato logramos coger un taxi que en 17 minutos nos deja en el hotel (43 pesos).
El día ha sido muy largo, pero inolvidable, así que cenamos en el restaurante anexo al hotel. Tiene buena pinta y la comida está exquisita (rissotto, txipirones, carpaccio..., todo por 294 pesos) y para las once de la mañana nos vamos a dormir. Esta noche queremos, por fin, descansar hasta tarde, así que mañana no hemos quedado hasta las diez para recorrer la gran Buenos Aires.

Con tiempo de sobra llegamos al aeropuerto, facturamos las maletas con la empresa chilena LAN (cuyo mayor accionista es, precisamente, el presidente de Chile) y esperamos hasta que nos toca embarcar a las 10.20. En 1 hora y 40 minutos, con puntualidad británica, llegamos al Aeroparque Jorge Newberry, el aeropuerto de Buenos Aires al que llegan los vuelos de cabotaje, es decir, los domésticos. Las vistas desde la ventanilla del avión son muy chulas con el río Uruguay, la frontera con este país y sobrevolamos también toda la capital argentina, impresionante.
Este aeropuerto, al contrario que el internacional, el de Ezeiza, está muy cerca del centro. Son unos 6 kilómetros y tardamos en un remise como 20 minutos en llegar (85 pesos). Así nos plantamos en el céntrico Monserrat Apart Hotel, un hotel impresionante y en el que, por nuestras pintas, llamamos la atención, ya que estamos rodeados de señores y señoras elegantes y de mucha clase.
Cada habitación tendrá unos 40 metros cuadrados, con una cama de matrimonio de dos metros de ancha, un sofá cama, frigorífico, microondas... y en la novena planta tenemos un pequeño gimnasio, jacuzzi y piscina climatizada, todo por 55 euros la noche para dos personas incluido el desayuno. De normal vale 500 euros la noche, pero pillamos una buena oferta y la verdad es que el lugar merece muchísimo la pena.
Estamos muy céntricos, a 50 metros de la Avenida 9 de julio, la más ancha del mundo, cerca del obelisco y del Congreso, pero antes de hacer turismo queremos comer, y nos movemos apenas 50 metros del hotel para llegar a La Vínería de Monserrat. Comemos muy bien, pero el servicio es lento y muchas de las cosas que pedimos no las tienen (445 pesos). De allá nos dirigimos hacia la feria dominical de antigüedades que hay en el cercano barrio de San Telmo. Es enorme y colorida, pero lo que se vende tampoco llama mucho la atención.
Además, tenemos prisa, porque esta tarde, a las 18.10 horas queremos ir al fútbol. Se juega un interesante partido en la propia ciudad entre el colista, Argentinos Júniors, y el líder, Boca Júniors. Primero preguntamos en el hotel por las entradas y nos dicen que hay una empresa de tours que tiene uno para esto, pero que cuesta 400 euros la entrada con el traslado. Le decimos que es muy caro, porque hay entradas (ya lo sabemos) desde 60 pesos, y nos dice que vayamos al campo y lo intentamos.
Con el tiempo justo, una media hora, cogemos un taxi hacia la calle Gavilán, junto al barrio de La Paternal, donde está el pequeño estadio de Argentinos (24.000 espectadores). Son más de diez kilómetros por delante, pero vamos en el coche de Vettel y en quince minutos estamos allá. Nuestro taxista parece recién sacado del rally Dakar, porque conduce como en los videojuegos, cambiando de carril casi sin mirar, y cuando no tiene sitio se inventa otro carril entre los que hay. Vamos los cuatro con los huevos de corbata, y cuando llegamos damos las gracias a Dios.
Nos cobra 40 pesos (7 euros) pero nos deja a tres cuadras del campo, el Diego Armando Maradona (aquí empezó El Pelusa) porque están cortadas las calles. Nosotros, como fuésemos por el barrio, empezamos a andar y nos juntamos sin quererlo con las barras bravas de Boca Júnior, que empiezan a ofrecernos entradas de reventa y a gritarnos lindezas. Nosotros, un poco acojonados, decimos que no, que ya tenemos entradas, y seguimos andando. Para más inri, Sergio y yo vamos de rojo, el color del rival de esta tarde y desde los autobuses donde están los hinchas nos grita algún que otro improperio.
Intentando evitar como podemos a los aficionados de Boca, llegamos a un control policial en el que nos cachean a todos, y a mí me quitan el mechero porque es un arma supuestamente arrojadiza. ¿Y ahora cómo me enciendo el cigarro, con la oreja? Antes de pasar el segundo control, rodeados todavía de aficionados y mientras nos siguen queriendo vender entradas (muchas son falsas y no nos fiamos), nos entra un poco la cordura y decidimos meternos por una calle para salir por el otro lado del estadio, ya que queremos ponerlos en las plateas, las tribunas donde van los hinchas normales, no los radicales.
Llegamos a la taquilla y aún quedaba alguna que otra entrada, más vale porque ya nos veíamos volviendo al hotel con las manos vacías. Hay de 100 pesos y de 120, así que cogemos las caras y nos vamos para adentro mientras resuena el campo con el grito de las hinchadas. Conforme entramos, pillamos unos de los pocos sitios que quedan y allí nos quedamos, con los calmados aficionados de Argentinos.
El campo es chiquito, pero impresiona ver a la afición local en uno de los fondos y enfrente, a toda la de Boca, que no para de animar con un montón de pancartas para intimidad al rival, como una que decía "Nunca hacemos amistades". El partido en sí resuelta aburrido, mucho juego físico pero poca calidad, aunque merece ganar el colista, que falla un par de ocasiones increíbles. El encuentro termina con 0-0, pero lo vivido en cuanto al ambiente y los gritos y cánticos de los aficionados no se nos olvidará en la vida. Había momentos en los que, al menos a mí, se me ha puesto la piel de gallina, creo que incluso me he emocionado, ya que era algo que quería vivir alguna vez en la vida.
La gente soltaba todo tipo de improperios, al árbitro y al rival, como el tradicional "me cago en la concha de tu madre", el novedoso "culorroto" o el "hijo de la reputa". Un show. Lástima que sólo hemos podido hacer fotos y algún vídeo con uno de los móviles, ya que nos habían aconsejado no llevar cámaras, ni teléfonos buenos ni dinero. También que tuviésemos cuidado, porque hay veces que los aficionados de arriba mean (sí, mean) a los que están debajo.Lander por si acaso se había llevado el chubasquero...jeje
Cinco minutos antes de que acabe intentamos salir del campo, pero la policía (abajo en la foto sale un vehículo antidisturbios) nos lo impide, ya que primero van a desalojar a toda la hinchada de Boca, la van a escoltar hasta su barrio (La Boca se llama) y media hora después dejarán salir a los aficionados locales, entre los que nos encontramos. Es raro, pero dicen que es la única forma de evitar que haya enganchadas entre las dos aficiones.
Después de casi 40 minutos y en medio de un gran cordón policial, salimos, pero nos cuesta horrores coger un taxi, y son 11 kilómetros hasta el hotel. Un hombre nos dice que no quieren parar porque se piensan que somos hinchas de Argentinos (¿será por ir de rojo?). Tras un buen rato logramos coger un taxi que en 17 minutos nos deja en el hotel (43 pesos).
El día ha sido muy largo, pero inolvidable, así que cenamos en el restaurante anexo al hotel. Tiene buena pinta y la comida está exquisita (rissotto, txipirones, carpaccio..., todo por 294 pesos) y para las once de la mañana nos vamos a dormir. Esta noche queremos, por fin, descansar hasta tarde, así que mañana no hemos quedado hasta las diez para recorrer la gran Buenos Aires.
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