DÍA 7. 23 DE SEPTIEMBRE. TRES PAÍSES EN UN DÍA
Nuestro taxista nos ha dicho que la visita dura unas 3 horas, y que nos esperaba a la salida, ya que sólo son 800 metros de recorrido por pasarelas desde las que ver las cataratas. En la entrada se coge un bus que te lleva, tras unos siete u ocho kilómetros, hasta la parada del único hotel que hay dentro del parque. Ahi empiezas ya a bajar una rampa y a quedarte con la boca abierta. No se ve como si fuera un día soleado, pero es realmente espectacular la cantidad de agua que hay por ahí y las caídas enormes, algo que hay que ver una vez en la vida.
Poco a poco vamos avanzado, y tenemos la suerte de ver algún que otro animal, ardillas, caracoles enanos, y un simpático coatí que no tiene miedo a los extraños. Así, poco a poco, llegamos hasta el final del recorrido, donde se encuentra la caída más grandes, la llamada Garganta del Diablo. Tenemos la mala suerte de que empieza a chispear y no podemos verla en pleno auge, pero el paso por esas últimas pasarelas es increíble. El agua de la cascada cercana te baña, y eso, unido al viento, hace que pienses que vas a echar a volar en cualquier momento. A pocos metros vemos también cómo cae el agua, impresionate como se la 'traga' hacia abajo el salto.
Después de justo tres horas, y tras comprar algún recuerdo, volvemos a coger el tren hacia la entrada y allá nos espera Sergio. Por la mañana le habíamos preguntado por la posibilidad de pasar la frontera de Paraguay y visitar Ciudad del Este, y decidimos ir. Nos dice que aquello es el paraíso de las compras, sobre todo la electrónica, que vale la mitad que en Argentina y que por eso mucha gente va allá a comprar y luego lo vende más caro. También dice que es el paraíso de la falsificación (le llama trucha) y que hay muchos chinos y árabes. Nos animamos a ir.
De camino nos lleva a comer a un tenedor libre en Brasil, una churrasqueria donde puedes comer todo lo que quieras por 60 pesos (10,5 euros) más bebida. Aquello está lleno, pero la verdad es que hay de todo para comer: ensaladas, pasta, guisos, carne de todas las clases y un montón de postres. Así pues, nos ponemos las botas y salimos hacia Paraguay a las 15.30 de la tarde. Habíamos pactado con Sergio pagarle 180 pesos por ir a Brasil, pero al ampliar la excursión nos dice que hay que darle otros 180, lógico.
A la que vamos llegando a Paraguay, el guía nos cuenta lo mal que està Argentina en general. Dice que "está enferma de corrupción", que Brasil es mucho más rico y que todo funciona mejor gracias a la labor del expresidente, Lula Da Silva, y que Paraguay es lo peor de lo peor. Nos dice que hay muchos robos, que no hay leyes, ni semáforos... No le gusta mucho se ve. En la frontera no hay que hacer ningún trámite, pero nada más llegar a Ciudad del Este aquello parece otro mundo, un país asiático, diría yo. Gente por todos los sitios comiendo en la calle, un tráfico horrible, todo tiendas con gente que te ofrece falsificaciones.
Aparcamos en un sitio que guarda un niño colocando banquetas y que te lo deja a cambio de dinero, así también cuida del coche, porque uno no se puede fiar. En Paraguay es una hora menos, pero para las 16.30 cierran ya las tiendas. Él nos lleva a dos tiendas de electrónica que dice que son de fiar, ya que también en esto hay mucha falsificación. Tienen los últimos modelos de todo (fotos, ordenadores, gps...), pero los precios son poco menos que en España, así que no nos fiamos. Sí compramos algùn recuerdo, pero poco más. Hay policía privada con fusiles en la mano al entrar a las galeriás comerciales, lo que da cuenta de que hay mucha inseguridad.
Enseguida regresamos para Argentina pasando por Brasil. Serán unos 40 kilómetros, pero hay cola en las dos aduanas, y eso hace que tardemos una hora en llegar. Pero antes de venir al hotel hemos pasado por una tienda de deportes y otra de artesanía para hacer alguna comprilla. Ya de regreso hemos descansando un poco y nos hemos vuelto a ir a correr un rato por la ciudad, 40 minutos, pero aquí es un deporte de riesgo, como ya dije ayer. Nos duchamos y nos arreglamos, dudando si salir a cenar o hacerlo en el hotel.
Al final nos quedamos a cenar en el hotel y a ver un rato la tele. Quizá mañana sí salgamos a dar una vuelta por la noche por aqui, un país en el que, por cierto, nadie quiere a Messi. Piensan que con la albiceleste no mete la pierna como en el Barsa, y añaden que "os lo regalamos con un lazo". Cualquiera lo diría viendo lo que hace allá en España.
Aunque Puerto Iguazú nos recibió ayer con un calor sofocante, durante la noche ha caído aquí el diluvio universal, una tormenta impresionante, con unos truenos de asustar y mucha, muchísima agua, tanta que nada más levantarnos, sobre las 8, hemos temido tener que suspender la excursión al lado brasileiro de las cataratas de Iguazú. Como no habíamos quedado con el taxista del hotel hasta las diez, hemos ido a desayunar y a esperar a que mejorase el día.
El desayuno era tipo buffet, bastante completo, con fruta, café, bollos y medialunas, tostadas, jamón, queso, zumos, yogurt... Nos hemos demorado como media hora y a las diez hemos bajado al vestíbulo y hemos conocido a Sergio, nuestro guía, taxista y compañero durante todo el día. Nos ha llevado directamente hasta Brasil, pasando la frontera argentina. Primero te sellan el pasaporte desde el coche (en el lado argentino) y unos kilómetros más adelante, tras cruzar el río, llega la aduana brasileña. Ahí ni nos hemos bajado de coche. Nuestro chófer se ha bajado con nuestros pasaportes y a los dos minutos ha regresado ya con el sello. Todo eficiencia.
En más o menos media hora hemos llegado a la entrada del parque. Ya no llovía, pero el día seguía triste, muy nublado, y eso nos iba a impedir ver esta maravilla de Iguazú en todos su esplendor. Hemos pagado la entrada, 110 pesos argentinos (unos 19 euros, cuando el año pasado costaba 7) y nos hemos ido para adentro. Se puede pagar con tarjeta y casi con cualquier moneda: pesos, reales de Brasil, dólares, euros...
El desayuno era tipo buffet, bastante completo, con fruta, café, bollos y medialunas, tostadas, jamón, queso, zumos, yogurt... Nos hemos demorado como media hora y a las diez hemos bajado al vestíbulo y hemos conocido a Sergio, nuestro guía, taxista y compañero durante todo el día. Nos ha llevado directamente hasta Brasil, pasando la frontera argentina. Primero te sellan el pasaporte desde el coche (en el lado argentino) y unos kilómetros más adelante, tras cruzar el río, llega la aduana brasileña. Ahí ni nos hemos bajado de coche. Nuestro chófer se ha bajado con nuestros pasaportes y a los dos minutos ha regresado ya con el sello. Todo eficiencia.
En más o menos media hora hemos llegado a la entrada del parque. Ya no llovía, pero el día seguía triste, muy nublado, y eso nos iba a impedir ver esta maravilla de Iguazú en todos su esplendor. Hemos pagado la entrada, 110 pesos argentinos (unos 19 euros, cuando el año pasado costaba 7) y nos hemos ido para adentro. Se puede pagar con tarjeta y casi con cualquier moneda: pesos, reales de Brasil, dólares, euros...
Nuestro taxista nos ha dicho que la visita dura unas 3 horas, y que nos esperaba a la salida, ya que sólo son 800 metros de recorrido por pasarelas desde las que ver las cataratas. En la entrada se coge un bus que te lleva, tras unos siete u ocho kilómetros, hasta la parada del único hotel que hay dentro del parque. Ahi empiezas ya a bajar una rampa y a quedarte con la boca abierta. No se ve como si fuera un día soleado, pero es realmente espectacular la cantidad de agua que hay por ahí y las caídas enormes, algo que hay que ver una vez en la vida.
Poco a poco vamos avanzado, y tenemos la suerte de ver algún que otro animal, ardillas, caracoles enanos, y un simpático coatí que no tiene miedo a los extraños. Así, poco a poco, llegamos hasta el final del recorrido, donde se encuentra la caída más grandes, la llamada Garganta del Diablo. Tenemos la mala suerte de que empieza a chispear y no podemos verla en pleno auge, pero el paso por esas últimas pasarelas es increíble. El agua de la cascada cercana te baña, y eso, unido al viento, hace que pienses que vas a echar a volar en cualquier momento. A pocos metros vemos también cómo cae el agua, impresionate como se la 'traga' hacia abajo el salto.
A la que vamos llegando a Paraguay, el guía nos cuenta lo mal que està Argentina en general. Dice que "está enferma de corrupción", que Brasil es mucho más rico y que todo funciona mejor gracias a la labor del expresidente, Lula Da Silva, y que Paraguay es lo peor de lo peor. Nos dice que hay muchos robos, que no hay leyes, ni semáforos... No le gusta mucho se ve. En la frontera no hay que hacer ningún trámite, pero nada más llegar a Ciudad del Este aquello parece otro mundo, un país asiático, diría yo. Gente por todos los sitios comiendo en la calle, un tráfico horrible, todo tiendas con gente que te ofrece falsificaciones.
Enseguida regresamos para Argentina pasando por Brasil. Serán unos 40 kilómetros, pero hay cola en las dos aduanas, y eso hace que tardemos una hora en llegar. Pero antes de venir al hotel hemos pasado por una tienda de deportes y otra de artesanía para hacer alguna comprilla. Ya de regreso hemos descansando un poco y nos hemos vuelto a ir a correr un rato por la ciudad, 40 minutos, pero aquí es un deporte de riesgo, como ya dije ayer. Nos duchamos y nos arreglamos, dudando si salir a cenar o hacerlo en el hotel.
Al final nos quedamos a cenar en el hotel y a ver un rato la tele. Quizá mañana sí salgamos a dar una vuelta por la noche por aqui, un país en el que, por cierto, nadie quiere a Messi. Piensan que con la albiceleste no mete la pierna como en el Barsa, y añaden que "os lo regalamos con un lazo". Cualquiera lo diría viendo lo que hace allá en España.
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