viernes, 3 de septiembre de 2010

ASIA 2010 (11ª PARTE)

DÍA 11. 1 DE SEPTIEMBRE. LLEGADA A KUALA LUMPUR

Suena el despertador a las 3.00 de la mañana, después de haber dormido tres escasas horas, eso sí, muy a gusto. Desayunamos las provisiones compradas el día anterior, nos aseamos y terminamos de hacer las maletas. Dejamos Bali rumbo a Malasia. A las 3.30 estamos ya en recepción pidiendo un taxi, y cogemos uno que pasa por la puerta. En trece minutos estamos en el aeropuerto, da gusto porque a esas horas no hay tráfico en la zona de Legian-Kuta. El precio del trayecto está muy bien. En el hotel nos dicen 55.000 rupias (unos 5 euros) y el taxímetro, al no haber atascos, marca 35.000 (poco más de 3 euros).

Estar por esta parte del mundo es cada día una aventura, nunca sabes los contratiempos que te vas a encontrar, y eso, aunque al principio jode, también es estimulante. Nada más llegar al aeropuerto nos encontramos con el primer revés del día. Nuestro vuelo que salía a las 6.00 saldrá finalmente a las 7.00 porque sí, en la compañía nadie te da una razón, sino que sale a esa hora. Es el primer vuelo del día, aquí parece que de noche no hay llegadas ni salidas, y a todos los que vamos llegando se nos queda la misma cara de tontos. ¿Y qué le vas a hacer? Pues tomártelo con filosofía y resignación para acabar echando unas risas.

A esas horas, por cierto, no te dejan ni pasar el control de seguridad, que es lo primero que te encuentras al llegar a la puerta de acceso. Sobre las 4.30 empiezan a dejar pasar. Facturamos rápidamente, ya que la gente de Air Asia es, por lo que hemos visto, muy competente. Hay tres filas y dos trabajadores, mientras, ayudando a hacer el check-in en unas máquinas a otros pasajeros. Eso es eficiencia. Nosotros tenemos que abonar 180.000 rupias (16 euros) por las maletas, ya que cuando cogimos el vuelo por Internet había un problema para pagar con esta moneda y no dejaba comprar los billetes en la web habitual. Tuvimos que hacerlo a través de una filial.

En ese momento, y aunque algo nos sonaba, nos dice el chico, con cara sonriente, que para abandonar el país hay que abonar otras 150.000 rupias por persona (13,5 euros). Vamos que aquí, entre entrada y salida, te sacan unos 35 euros por barba. Eso, multiplicado por todos los turistas que hay, es un pastón; al menos podían invertirlo en mejorar las carreteras. Como no tenemos rupias suficientes, en el control de pago preguntamos por si se puede pagar en euros. Te dicen que sí, pero 16 euros persona (vamos, 2,5 euros más sólo por pagar en euros). Si es que, menudos negociantes están hechos… así pues, tenemos todavía más de dos horas de espera para coger el avión, que en tres horitas (Bali y Kuala Lumpur tienen el mismo uso horario) nos dejará en Malasia.
A las 7.00, con gran puntualidad, sale el avión de Bali, y en poco más de dos horas y media, antes de lo previsto, llegamos al aeropuerto de Kuala Lumpur. El viaje es cómodo, porque vamos dos en tres asientos y podemos estirarnos. Al igual que en Tailandia e Indonesia, rellenamos en el avión una carta de inmigración. Llegamos al aeropuerto, pasamos los controles de pasaportes, recogemos las maletas y cogemos un taxi en el Stand de taxis oficiales del aeropuerto. De allí, salimos fuera y en 100 metros están los taxis rojos y blancos con un controlador que validad el ticket que te dan en el stand. Hasta nuestro hotel son 74 ringgits malayos (un euro son cuatro). Parece caro, porque son un 18 euros, pero calculo que hay unos 80 kilómetros desde el aeropuerto, ya que después de 20 minutos de viaje aún quedaban 45 kilómetros a la capital.

Al final, tardamos como 50 minutos en llegar, y por el camino vemos que Malasia no tiene nada que ver con los sitios que hemos visitado antes. Es todo autopista, de tres carriles en cada sentido, y se ven casas de lujo. Llegando a la ciudad, impresiona el skyline de Kuala Lumpur, que parece Nueva York con las Torres Petronas y la Torre Menara dominándolo todo. Aquí, por cierto, también conducen por la izquierda y tienen el volante en la derecha, como en Tailandia e Indonesia, por su pasado colonial británico.


El hotel está a pocos metros de las Petronas, las torres gemelas más altas del mundo con más de 400 metros de altura. Y será, seguramente, el mejor hotel en el que hayamos estado de nuestra vida. Es todo ostentación de riqueza, además es nuevo, con fuentes, un hall todo de mármol más grande que la plaza principal de cualquier ciudad, seis ascensores lujosos, un teatro, gimnasio, piscina y jacuzzi… y la habitación es impresionante y tremenda. Pantalla plana, un baño gigante con tres estancias (wc, lavabo y ducha), aire acondicionado, una cama espectacular, vistas a la piscinas, albornoces y zapatillas para los huéspedes, minibar, cafetera, un sillón, un escritorio y hasta un peso para ver lo que hemos engordado estos días…, vamos con todas las comodidades y lujos que uno pueda imaginar, hasta nos han traído las maletas en el carrito a la habitación, como en Pretty Woman. No nos sorprendería que valiese la noche 300 ó 400 euros, pero al pillarla con tiempo son 69 euros incluidos los impuestos. Vamos, que tenemos que aprovecharla a fondo.


Tras estrenar la súper piscina, nuestra primera parada, casi obligada, son las Torres Petronas, visibles desde el hotel pero a unos 10-15 minutos andando. Entramos por uno de los muchos accesos al centro comercial que hay a ras de suelo y que tiene seis plantas. Es espectacular. Hay de todo, pero además de restaurantes de todo tipo, lo que más llama la atención es las tiendas de ropa y joyas más famosas del mundo: Gucci, Versace, Dolce & Gabanna, Bulgari…, y así hasta varias decenas. Lógicamente, poco se nos ha perdido por ahí, así que vamos a comer algo.


Encontramos un Pizza Hut y vamos a lo seguro, aunque comemos unos fritos de gamba, una lasaña de marisco y una pizza pequeña. Todo estaba buenísimo y lo mejor es que en cada mesa había una especie de mando portátil con tres botones: uno para llamar al camarero, otro para cancelar la orden y otro para pedir la cuenta. Muy curioso. Justo enfrente compramos un imán para la nevera (hacemos colección y ya tenemos unos cuantos) y damos una vuelta por el edificio mirando las tiendas. Encontramos una de fotografía, pero los precios de los objetivos son parecidos a España, y acabamos comprando un minitrípode, que queríamos hacía tiempo, por 5 eurillos.

De allí decidimos echar a andar, tras fotografiar las torres, hacia la zona del barrio Indio y Chinatown. El problema que tiene esta ciudad es que todo son rascacielos y, al no saber, nos cuesta rodearlos. Luego vimos que muchos tienen entrada y salida al otro lado para los viandantes, pero eso sería por la noche. Vemos la Torre Menara y después de un rato más andando decidimos coger un taxi para ver todo antes de que anochezca. Aunque estamos como a medio kilómetro, hay un atasco y nos cuesta llegar media hora. El taxista nos avisa al montarnos que serán 5 euros por el atasco. Al final llegamos y vemos la mezquita de Masjid Jamek y el edificio Sultan Abdul Samad, uno de los más fotografiados de la ciudad y que merece la pena ver por su especial estilo arquitectónico.

Justo al lado está el Central Market, lleno de tiendas y conocido como Little India por los miles de indios que viven por esa zona. Hay muchas artesanías y baratas, pero lo que más nos llama la atención es otra cosa que ya vimos en un reportaje sobre Kuala Lumpur y que lo regentaba una pareja de chinos dentro del mercado. Es una pequeña piscina en la que metes los pies y al segundo te vienen decenas de peces que te comen las pielecillas y te hacen una limpieza de pies y piernas en toda regla. Vale 5 RM diez minutos (poco más de un euros) y nos animamos jaleados por otros turistas que salen en el momento. Al principio te hacen una cosquillas increíbles, parecen como pequeñas descargas eléctricas e impresiona, pero luego se pasa un buen rato, y lo cierto es que los pies brillaban.

La gente por esa zona, como en toda la ciudad, es simpatiquísima, igual que en Tailandia. Y no sólo en los hoteles y restaurantes, cualquier que pares por la calle a preguntarle algo, te indica con una sonrisa en la boca y te lo explica con pelos y señales. Por cierto, aquí hablan todos inglés y perfectamente. Al salir vimos también varios puestos donde hacían unos retratos perfectos, aunque un poco caros, y un mercadillo con ropa tirada, casi toda de deportes, así como relojes, sedas y unos dulces que tienen una pinta buenísima.

A pocos metros encontramos el templo de Sri Maha Mariamman, esta vez hindú. Y es que, aquí la mezcla de culturas, razas y religiones es la pera. Hay chinos, indios, muchísimos musulmanes, también bastantes occidentales bien vestidos (el distrito financiero es una pasada con todo rascacielos) y, por supuesto, malayos. Al templo sólo entro yo, ya que hay que entrar descalzo y uno de los dos tiene que sacrificarse. Además, yo voy con calcetines y, por cuestión de higiene, me toca. Sólo la entrada ya merece la pena, con la decoración super colorida y llena de figuritas que hay. Al entrar, toda la decoración es similar. Se ve que hay una ceremonia festiva, la gente va vestida de gala y están preparando una merienda o cena. También merece la pena, aunque el olor es un tanto fuerte, por decirlo con sutileza.

Justo al lado está Chinatown, la parte más sucia de la ciudad por lo que hemos visto. Damos una vueltilla, nos volvemos al hotel a cambiarnos y volvemos a las Petronas a cenar, esta vez comida mexicana y una ensalada, que ya había ganas. Ni que decir tiene que si Kuala Lumpur es bonita de día, de noche quita el hipo con todos los edificios iluminados, especialmente las Petronas. Y, además, están construyendo más rascacielos, así que se ve que aquí se maneja muchísima pasta.

Al llegar al hotel, vemos en un cartel que dentro, en uno de los salones, hay un encuentro con el ministro de Turismo de Indonesia y el de aquí; mañana, además, se celebrará el 65 aniversario de la República Socialista de Vietnam, también aquí. Eso habla de la categoría. También los pedazo de Ferraris aparcados en la puerta, los periodistas cubriendo la noticia en el hall o que el jefe de cocineros del hotel salga en la tele a todas horas como uno de los tres mejores chefs de la ciudad. Casi nada. Pronto nos vamos para la cama, que con la pinta que tiene, tantas almohadas de plumas entre otras cosas, se tiene que dormir de muerte. Mañana será un día mucho más tranquilo.

No hay comentarios: