viernes, 7 de octubre de 2011

ARGENTINA 2011 (20ª PARTE)

DÍA 20. 6 DE OCTUBRE. SAN CARLOS DE BARILOCHE

Hoy es un día de cierto relax turístico, ya que prácticamente vamos a empeñar toda la jornada en llegar a San Carlos de Bariloche, 1.300 kilómetros al norte y capital del chocolate. Nos levantamos a las 8.30, desayunamos, pagamos el hotel y hacemos tiempo en el hall conectados a Internet. La idea era ir a dar una vuelta a la ciudad antes de coger el vuelo a Esquel, pero ha estado toda la noche jarreando, y sigue, así que preferimos quedarnos a cubierto.
Pasadas las once llamamos a un taxi (100 pesos al aeropuerto), y nos lleva por primera vez una mujer taxista, que nos comenta que el límite de velocidad en el país suele ser de 100, pero que en la Patagonia, donde no hay nada (ayer sólo vimos dos paradores en 220 kilómetros, ni una casa ni una gasolinera), se controla todavía menos. Facturamos y, como nos esperábamos, Aerolíneas Argentinas nos desvía a Esquel, 280 kilómetros al sur de Bariloche, porque el aeropuerto sigue cerrado por las cenizas del volcán. Desde julio sólo ha funcionado lós días 17, 18 y 19 de septiembre, pero después se volvió a cerrar y no saben hasta cuándo.
Eso sí, no te dan ninguna explicación, y gracias a que el gobierno de la provincia de Río Negro pone buses a Bariloche (viven del turismo), que si no, te quedas ahí empantanado. Lo lógico es que te dieran a elegir si vuelas, si te devuelven el dinero o si quieres volar a otro destino, pero no, si quieres pasar por el aro y si no, también.

En nuestro último vuelo dentro de Argentina hemos vuelto a volar con mucha puntualidad, incluso hemos salido quince minutos antes de lo previsto, cosa rara, pero hemos tenido suerte, ni demoras, ni pérdidas de equipaje... Nos dan algo de comer y en una hora y veinte minutos aterrizamos en Esquel, donde el aeropuerto se parece bastante a la vieja estación de autobuses de Pamplona, enano y viejísimo.

Allí nos espera un bus hacia Bariloche, donde vamos casi todo españoles. La mujer que nos acompaña nos dice que son 280 kilómetros, pero casi cuatro horas. Al final han sido tres y algo, pero lo mejor es que nos han dejado en el aeropuerto de Bariloche en vez de en la ciudad, a 15 kilómetros. ¿Pero si está cerrado el aeropuerto para que coño queremos ir allí? Pues para que luego tengas que coger un taxi o un remise a la ciudad; vamos, para que los taxistas no se queden sin curro. Incomprensible, más aún después de la paliza en bus, eso sí, un bus cómodísimo, tipo cama.

Nada más llegar hemos cogido un remise (62 pesos), a nuestro hospedaje, las cabañas Chesa Engadina, a las afueras de la ciudad. Nos cuesta 75 euros la cabaña al día y caben seis personas. Son 90 metros cuadrados, en dos plantas, con dos baños, cocina y cuarto de estar con chimenea, dos habitaciones y todo de madera, decorado super chulo. Las mesas, mesillas, el colgador... todo tiene un diseño muy curioso.

Desde el mismo hotel, donde nos atienden de maravilla, nos gestionan el alquiler de un coche para mañana  a 240 pesos el día (unos 43 euros) y, además, nos lo traen hasta el hotel, lo que se agradece, ya que estamos un pelín cansados. Según nos cuenta aquí todo el mundo, las cenizas del volcán hicieron auténticos estragos y se cargaron la temporada de turismo. Y es que, el volcán chileno está a apenas 100 kilómetros en ínea recta superados Los Andes y se ve arena y ceniza acumulada por todos los sitios.

Casi a las 9 de la noche cogemos el coche de alquiler, compramos algo para desayunar en la cabaña y nos marchamos a cenar. Vemos en un local, sin lujos, que tiene buena pinta. Se llama Santana y está en la calle Perito Moreno, bajando una pequeña cuesta. La comida no es muy variada pero está todo buenísimos y comemos por 148 pesos (unos 30 euros), los cuatro. De allí cogemos nuestro coche y, sin ver nada de pueblo, volvemos a la cabaña, a 4 kilómetros, a descansar.

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